El dominio universitario - Parte I
- Julián Blanco
- 6 jun
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 5 jul
Ningún equipo ganó más veces el Campeonato Nacional de Voleibol Femenino que la UCR. Con 11 títulos en total, esta serie de notas repasa cómo se construyó ese dominio.

Según datos de Mauricio Prado, la primera mención del voleibol en un documento oficial en Costa Rica data de 1942, cuando se aprobó el programa de educación física para las escuelas. Sin embargo, el verdadero desarrollo de este deporte no se dio en las escuelas, sino en los colegios, donde los profesores lo introdujeron a sus estudiantes.
¿El primero? El Liceo de Costa Rica. De ahí se graduó Rodrigo Pacheco López, una figura clave en esta historia, aunque casi siempre “tras el telón”. Pacheco estudió kinesiología en Chile y, al regresar al país, se incorporó a la Universidad de Costa Rica (UCR), donde escaló toda la estructura deportiva hasta dirigir el Departamento de Educación Física, puesto desde el que influyó de manera decisiva en el destino del voleibol nacional.
Este desarrollo deportivo en la educación, junto con la creación de la Asociación Costarricense de Voleibol (ACV) a mediados de los años 60, sentaron las bases para la organización de los primeros Campeonatos Nacionales. En la rama femenina, el torneo inaugural llegó en 1969.
Los inicios

A diferencia del masculino, los colegios impulsores del voleibol femenino en ese entonces fueron el Sión, el Lincoln y el Saint Clare. De ahí surgieron las mejores jugadoras de la época, que usualmente terminaban en la UCR por una sencilla razón: las becas deportivas.
Un ejemplo claro es Renata Gabert, destacada atacante zurda del Saint Clare y Sión, a quien el entrenador Bernabé Sequeira contrató junto a Giselle Lizano (jugadora controlada, de buen remate). Cada una recibió 20 mil colones por representar a la UCR.
“Me sentía como los jugadores profesionales de fútbol de ahora. El voleibol era un deporte marginal, nadie iba, pero también se estaba iniciando. Y cuando ingresamos a la UCR, ya nos hacían uniforme”, cuenta Gabert.
Es así como la UCR, en una época donde las jugadoras eran muy jóvenes (porque el voleibol en sí era joven), logró juntar equipos que pueden catalogarse como selecciones nacionales. Aunque claro, para el resto de la competencia, principalmente colegios, se convirtió en un problema fastidioso.
“La UCR lo que siempre hacía era muy sencillo: yo tenía a Vilma Arias, por ejemplo, que fue una estrella. Y ella decidió jugar con la Universidad porque le daba beca y yo no podía darle nada”, explica Adiel Barquero, entrenador del Saint Clare.
Con este panorama, cabe esperar que la UCR ganara los dos primeros Campeonatos Nacionales con rematadoras como Renata Gabert, Marianela Moreno, Giselle Lizano, Cecilia Torres, Irma Pérez o las hermanas Giselle y Ligia Lizano; así como colocadoras de la talla de Vicky Echeverría y Zelma Jirón.
El entrenador era el mencionado Bernabé Sequeira, un pelotero que estaba en la directiva del equipo de fútbol de la UCR y que llegó al voleibol gracias a su primo Fernando, quien jugaba los torneos internos de la universidad.
Rodrigo Pacheco, siempre visionario, notó que Bernabé era un enamorado del deporte, lo motivó a estudiar educación física y le confió el equipo femenino, ya que Fabio Goñi estaba enfocado en la rama masculina.
“Era empírico, muy hábil para enseñar. Podía transmitir bien el conocimiento del voleibol y nos organizábamos muy bien con él. Tenía muy buen ojo para las jugadoras”, describe la China Hernández, probablemente la mejor colocadora del país desde que llegó en 1971.
La UCR venció en 1969 al colegio Sión y en 1970 a Toyota, pero en 1971 llegó la sorpresa: Más x Menos, un equipo formado por jugadoras y ex jugadoras del colegio Lincoln, se proclamó campeón al vencer a la UCR.
“Fue un campeonato muy bien jugado, muy duro. Había que ganarles por estrategia, así que tuve que jugármela muchísimo para presentar algo que les pudiera arrebatar el campeonato”, relata Adiel Barquero.
De la A a la B
Para 1972, la consigna en la UCR era clara: recuperar el título. No obstante, el reclutamiento de jugadoras llegó a tal punto que ya no alcanzaba con tener un solo equipo, por lo que ese año se inscribieron dos.
El equipo A, conformado por las jugadoras de los años anteriores, se mantuvo como UCR. El equipo B, compuesto en su mayoría por jugadoras nuevas, compitió bajo el nombre de Educación Física. El primero en manos de Bernabé Sequeira; el segundo a cargo de Édgar Sandoval, otro amante del fútbol al que una beca en Alemania le dio la formación necesaria para dedicarse también al baloncesto, la gimnasia y el voleibol.
“Édgar era de esas personas visionarias. Me dijo ‘venga’ y cogió una bola medicinal para enseñarme a volear”, recuerda Ana Cecilia Segreda, a la postre seleccionada nacional.
Ese año se puede definir perfectamente con la frase “cambio de guardia”. La UCR recuperó el cetro nacional de manera invicta, pero no por el equipo A, sino gracias al equipo B de Educación Física.
Entre sus figuras destacaron Rita Sáenz (alta y consistente), Carmen Baudrit (rematadora muy inteligente), Ana Cecilia Segreda (potente, sin miedo a nada), Vilma Arias (confiable, daba seguridad al equipo), Xinia Alfaro (rematadora completa), Emily Pérez (enérgica) y, sobre todo, su hermana Laura Pérez (colocadora considerada “la mejor de su época y las siguientes”). A ellas se sumó la reconocida China Hernández.
“Fuimos un grupo muy unido y querido. Nunca tuvimos problemas y se reflejaba en el juego. Estas amistades siguen hasta el sol de hoy siendo mis mejores amigas”, relata Sáenz.
El impacto fue tal que el equipo A se desintegró. Muchas de sus integrantes ya tenían otras prioridades: Renata Gabert, por ejemplo, se casó ese año, quedó embarazada y se retiró. Un caso común en aquellos tiempos.
Pero también hubo otros factores decisivos. El primero, el más doloroso, fue un cáncer en la garganta de Bernabé Sequeira que se aceleró rápidamente y acabó con su vida en cuestión de meses.
“Bernie por nosotras daba la vida, nos decía ‘mis muchachas’. Algunas ya no estaban en el equipo, pero todas llegaron a verlo y él les pedía que le hablaran para reconocerles la voz. Al día siguiente murió”, recuerda Gabert.
El segundo hecho es que cambió la política de la UCR, que optó por tener equipos más “caseros”. Esto repercutió en Édgar Sandoval, quien para entonces ya era profesor en la Universidad Nacional (UNA). Tampoco es que le afectó demasiado, ya que le permitió seguir adelante con su ilustre carrera como preparador físico en el fútbol.
Un equipo histórico

Con una nueva generación de jugadoras, pero sin entrenador, la UCR recurrió a William Corrales. Sancarleño, asistente técnico de Bernabé Sequeira y apasionado del deporte; años después también estudiaría en Alemania e impulsaría un evento juvenil que hoy conocemos como Juegos Deportivos Nacionales (JDN).
Con Corrales, la UCR fortaleció su reinado y al mismo tiempo surgió la primera gran rivalidad del voleibol femenino: UCR vs La Salle.
La Salle, dirigida por Gerardo Esquivel, tenía a las hermanas Magda, Teresita y Elsa Fernández, Ilse Sobrado, Jilma Ramírez y Hannia Campos como referentes.
“Era un equipo muy completo, entrenábamos doce horas a la semana y varias veces con los hombres de La Salle, entonces se aprendía mucho. Con la UCR era una rivalidad muy sana, pero la U recogía jugadoras de todos los equipos mientras La Salle eran solo jugadoras de ese colegio más Rosa Gutiérrez”, explica Esquivel.
La dinámica entre ambos equipos fue peculiar porque La Salle ganó muchas veces el Torneo de Copa, pero en el Campeonato Nacional la historia era diferente. “Íbamos parejas, pero las finales siempre las ganábamos nosotras”, agrega Rita Sáenz.
La UCR ganó los títulos de 1973 y 1974, pero a finales de ese año hubo un nuevo cambio: William Corrales pasó a ser presidente de la Asociación Costarricense de Voleibol y, como tal, debió abandonar su puesto como entrenador de la UCR para evitar conflictos de interés. En su lugar quedó Wilfrido Mathieu, recomendado por el propio Corrales.
Mathieu había empezado a jugar con la UCR en 1971 mientras estudiaba ingeniería eléctrica, pero Rodrigo Pacheco lo convenció de cambiarse a educación física. El joven aceptó y de inmediato llevó el curso de voleibol que le permitió dirigir a la selección femenina en 1974 en lugar de Corrales, antes de sustituirlo también en el equipo universitario.
“Siempre he sido de tomar riesgos, entonces lo acepté. Ya estudiaba educación física, tenía años de jugar, entonces me fui de cabeza”, explica.
Aunque hubo cambios en el plantel, la base seguía con figuras como Laura y Emily Pérez, Rita Sáenz, Ana Cecilia Segreda, Vilma Arias, Xinia Alfaro y Leticia Pérez, esta última de las recién llegadas que pronto estaría en selección.

Con este equipo, la UCR volvió a derrotar a UNA/La Salle (tras un convenio con la Universidad Nacional) en los campeonatos de 1975 y 1976. Pero entonces, en 1977, hubo un giro inesperado en la historia del voleibol costarricense.
La sorpresa de la década
Un equipo joven, con base colegial, se coronó campeón nacional: el Lincoln, dirigido por Jorge Villalobos, con jugadoras como Marlene Demmer y Lizette Moretti, a la postre seleccionadas nacionales.
Ese triunfo fue un oasis en el dominio de la UCR. El golpe fue tal que la Asociación Deportiva Universitaria destituyó a Wilfrido Mathieu. “Cuando llegué a entrenar al año siguiente, en el gimnasio ya estaba Nancho Fernández”, recuerda.
La historia de su sucesor y la siguiente década de la UCR será contada en la segunda parte de este relato.
Punto de Partida agradece a Rita Sáenz, Renata Gabert, Eugenia Hernández, Ana Cecilia Segreda, Wilfrido Mathieu, Luis Castro, Jorge Fernández, Mauricio Prado, Alfredo Segú, Adiel Barquero, Gerardo Esquivel, Ana Cristina Ulloa y Hernán Morales por sus aportes.
Comments