El dominio universitario - Parte 2
- Julián Blanco
- 2 jul
- 8 Min. de lectura
La UCR ganó cuatro Campeonatos Nacionales seguidos entre 1978 y 1981, cantó victoria por última vez en 1986 y luego la llama se apagó.

Retomemos donde quedamos: la UCR ganó siete de los primeros nueve Campeonatos Nacionales Femeninos de la historia. ¿Las únicas excepciones? Más x Menos en 1970 y Lincoln en 1977, esa última especialmente delicada por significar la pérdida de un posible hexacampeonato y lo inesperado de la ocasión. ¿El resultado? La destitución del entrenador Wilfrido Mathieu. ¿Su sucesor? Jorge Fernández, de quien, ahora sí, vamos a contar un poco.
La nueva generación
Hernán Fernández es miembro de la Galería del Deporte Costarricense. Un basquetbolista que dejó su huella en toda Centroamérica y Ecuador, responsable de la “edad de oro” del baloncesto costarricense y culpable de que a sus dos hijos los conocieran por su mismo apodo: Nancho.
El menor, Jorge, siguió los pasos de su padre, pero cuando estaba en el colegio, su hermano se hizo cargo de un equipo de voleibol y le dijo: “lo que necesito es que vos saltés y bloqueés a la gente”. El resto fue historia. Jorge se quedó en el voleibol, fue campeón nacional con tres equipos distintos (incluida la UCR), llegó a la selección nacional e hizo los cursos para volverse entrenador.
Entonces, cuando el Lincoln ganó la final de 1977, la Asociación Deportiva Universitaria destituyó a Wilfrido Mathieu para darle el equipo a Jorge Nancho Fernández, quien estuvo secundado por Luis Castro, que para ese momento ya era campeón numerosas veces en masculino. Sin embargo, el problema no fue el cambio de entrenador, sino las formas:
“El primer día de entrenamiento yo me presenté, y también Wilfrido. Y tuve que tomarme la bronca de decirle que lo habían despedido. No me gustó para nada tener que hacerlo, porque era mi amigo. Él se resintió mucho”, explica Fernández.
Eso sí, la experiencia de Nancho como voleibolista le permitió conocer a la gran mayoría de jugadoras de la UCR de antemano y también aprender de varios entrenadores de primer nivel.
Esos hechos, sumados a la cantera juvenil de las universitarias, les permitieron armar otro equipo que, una vez más, se puede catalogar de selección nacional con figuras como Ana Cristina Ulloa, Harlet Channer, Nancy Portocarrero, Guiselle Fernández, Leticia Pérez, Gabriela Ulloa, Sonia Chacón, Roxana Cartín, Tatiana Cussianovich o las hermanas Ana y Vilma Oconitrillo.
De vuelta al trono
En 1978 se dio la intervención del Gobierno de Rodrigo Carazo a todas las asociaciones deportivas del país.
“Fue una intervención totalitaria, el Estado dirigiendo el deporte. Por la reestructuración casi no hubo torneo. Se hizo todo muy rápido, un medio campeonato. Fue cuando quitaron a Marcial Artavia de la Asociación Costarricense de Voleibol y se hizo la Comisión Reestructuradora”, explica Mauricio Prado, historiador y ex entrenador de voleibol.
Fue así como la UCR retomó el trono a nivel femenino en ese “medio campeonato”. Lo hizo con Nancho Fernández como entrenador, con Sonia Chacón como Novata del Año y ante un nuevo rival en las finales: el Calasanz, un proyecto todavía bastante joven que en unos años daría mucho más que hablar.
Acá también hay que destacar a Ana Cristina Ulloa, declarada Jugadora del Año en 1977 y 1978. Comenzó en el Colegio Sión, pero debutó en Primera División con La Salle en 1973, misma temporada en que entró a la selección nacional y fue nombrada Novata del Año. Cris llegó a la UCR en 1976 tras un breve paso por Calasanz, y no hizo más que agrandar su leyenda al punto de que en 2019 ingresó a la Galería del Deporte Costarricense como una de las dos voleibolistas en lograrlo.
“Era la capitana, destacaba mucho”, recuerda Chino Solano. “Para mí es la mejor voleibolista que ha tenido Costa Rica”, declara Sylvia Montero del Lincoln. “Era una jugadora universal, hacía lo que quisiera”, agrega su ex compañera Leticia Pérez.
El entrenador definitivo

Para 1979 hubo otro cambio de entrenador. Jorge Fernández, ya retirado como jugador, decidió dar un paso al lado y enfocarse en sus estudios.
“Ya me estaba haciendo maduro y quién me iba a mantener. Yo había entrado al banco y me dije que si no estudiaba, iba a ser solo un oficinista más. Entonces tuve que dejar de entrenar, yo no podía estudiar y estar en voleibol al mismo tiempo”, explica Nancho.
Entonces, una década después, Luis Castro asumió formalmente como el entrenador del equipo femenino. En realidad siempre estuvo atento, siempre participó en la toma de decisiones, ya todas lo conocían… pero ese año marcó un antes y un después en la carrera de las jugadoras universitarias.
“Una sabía que contaba con él para lo que fuera. El primer empleo de muchas fue trabajando para Luis, entonces precisamente era eso: una familia donde teníamos un entrenador que se preocupaba de muchas áreas de nosotros, hacía que uno amara al equipo y el único interés nuestro era ser parte de eso”, detalla Cris Ulloa.
“Luis era entrenador, pero también amigo. Era como un guía para todas. Nos dedicaba mucho tiempo y hacía actividades muy creativas, como entrenamientos en el Bosque de la Hoja, en la playa, caminatas… todos muy diferentes y bonitos”, rememora Ana Oconitrillo.
Otro punto a favor de Castro fue la Escuela de Voleibol, creada en 1974 como parte de las vacaciones de verano de la UCR y con el objetivo de enseñar el deporte a los niños. Ahí llegaron muchos jóvenes que en el futuro serían referencia del voleibol costarricense, incluidas jugadoras como Nancy Portocarrero, Sonia Chacón, Gabriela Ulloa o las hermanas Oconitrillo a las que Luis Castro llegó a entrenar en 1979 a Primera División.
“Fui a Guatemala y conocí un equipo masculino, Santo Domingo, que tenía una escuela de voleibol. Cuando regresé le comenté la idea a don Rodrigo Pacheco y él me dio el visto bueno. Hice una nota para darla a conocer en el periódico y Rodrigo me regañó porque escribí 'abrir' con H. Por dicha fue él y no mi padre, sino me hubiera ido peor”, relata Castro.
Un nuevo reinado
Con un entrenador que muchas describen como “el padre del voleibol” y una plantilla estelar, la UCR sumó un nuevo tetracampeonato nacional a sus vitrinas.
Al título de 1978 se sumó el de 1979 ante Lincoln, en otro torneo rápido debido al trabajo pendiente de la Comisión Reestructuradora del Voleibol. Para 1980 se ganó la final contra Durman Esquivel, que era el mismo equipo de la Lincoln pero con un nuevo patrocinio de dicha empresa de tuberías. Y en 1981 el subcampeonato fue para el Calasanz, que cada vez estaba más reforzado.
La alineación de la UCR, si bien tenía cambios leves cada año y muchas rotaciones por la calidad de sus jugadoras, se puede describir de la siguiente manera:
Ana Oconitrillo y Leticia Pérez como colocadoras; Hannia Campos y Nancy Portocarrero como bloqueadoras, y Cris Ulloa, Harlet Channer, Guiselle Fernández o Sonia Chacón como puntas.
Ahora bien, vale la pena detenerse en Channer, jugadora del año en 1980 y 1981. Pequeña, pero con una capacidad atlética increíble y un remate de zurda potente. Hizo las pruebas de la UCR en 1977 para acompañar a una amiga y al final fue ella la que se quedó como menor de edad, aunque poco importó para ser figura de inmediato. De hecho, para esta nota no hubo una persona que la pasara por alto.
La UCR también tuvo la oportunidad de competir a nivel internacional, sobre todo en la Olimpiada Universitaria de México 1978. “Fue increíble porque no era solo voleibol, sino muchas disciplinas. Una experiencia magnífica”, cuenta Nancy Portocarrero desde Australia.
También fueron campeonas invictas de un torneo centroamericano en 1980 y disputaron fogueos internacionales en México. En fin, una época dorada que, como todo, tendría su final.
La caída
“Querés algo diferente, hacer otras cosas. Nos pareció interesante”. “Así como para cambiar, para probar otra cosa”. “Nos pusimos de acuerdo en la pelota de amigas y nos pasamos”. “Teníamos amigas en el Calasanz y nos pareció un grupo bonito”.
Cuatro declaraciones que siguen una línea muy similar. Cuatro jugadoras que, sin ser Cris Ulloa o Harlet Channer, eran igual de imprescindibles para la UCR. Con las salidas de ellas, la balanza del Campeonato Nacional femenino se decantó hacia el otro lado casi definitivamente.
Se trata de las colocadoras Leticia Pérez y Ana Oconitrillo, la punta Guiselle Fernández y la bloqueadora y Jugadora del Año 1979, Hannia Campos. Todas hacia el Calasanz, que inmediatamente logró el bicampeonato nacional con un equipo donde además se sumaban Teresita Fernández (seleccionada nacional), Laura Pérez (ex UCR hacía años) y jóvenes como Davonnie Lewis o Alda Pacheco.
Por si fuera poco, a mediados de los 80s apareció otro equipo con una ruta similar: un proceso de colegio que pronto se convertiría en un conjunto imbatible. La institución educativa: el colegio Sión. El entrenador: Juan Acuña, que recién tomaba el equipo de manos de Gerardo Esquivel.
Entre ambos conjuntos se encargaron de que la UCR nunca volviera a ser lo mismo. Del tetracampeonato 1978-1981 se pasó a perder dos finales en los siguientes cuatro años. La primera en 1983 contra el Calasanz y las jugadoras que hasta hacía poco vestían la camiseta celeste y blanco.
“Dolía mucho. Ver en otro equipo a las jugadoras que había hecho y estuvieron mucho tiempo con uno, y no saber por qué. Era más dolor emocional que el dolor de la pérdida. Eran mis jugadoras las que me estaban ganando”, cuenta Luis Castro.

Luego, en 1985, fue Zepol (nombre del Sión tras el patrocinio) quien venció a las universitarias.
“Juan Acuña tenía su renombre y agarró a las jugadoras de San José, buscó un patrocinador, jaló a Azucena Villarreal de Segunda División y se hicieron bastante fuertes. Con Rose Mary Chavarría, que estuvo entrenando con la UCR tras salir del colegio, tuve que decirle que no porque tenía cupo completo en el equipo. Se fue para Zepol y desarrolló su carrera muy bien”, agrega Castro.
La última reverencia
Corre el año 1986, la UCR había ganado su último Campeonato Nacional cuatro temporadas antes y Zepol apunta a llevarse el trofeo una vez más. Es verdad que las universitarias ganaron la primera fase, pero las vigentes campeonas vencieron en la cuadrangular y en el primer partido de la final. Para la mayoría, es cuestión de tiempo.
En esos cuatro años, la generación volvió a cambiar. Las únicas jugadoras que saben lo que es ser campeonas de Primera División son Harlet Channer y Cris Ulloa, esta en la última temporada de su carrera.
En cambio, cinco muchachas de Juegos Deportivos Nacionales (JDN) de Zapote y seleccionadas infantiles reforzaron al equipo: Irene Valerio, Silvia Arce, Desiré Araya, Grettel Romero y Tatiana Salazar. Ellas, más el aporte de Ana Cecilia Pérez y Virginia Zumbado, soportaron la presión y obraron el milagro.
Dejamos que la prensa de la época les relate los partidos:
Todavía con Luis Castro en el banquillo, la alineación de Arce (colocadora), Channer (opuesta), Salazar y Valerio (bloqueadoras), y Pérez junto a Ulloa o Romero (puntas), devolvió la gloria a un equipo que nunca hasta la fecha volvió a saberse campeón nacional femenino.
“1986 fue un muy buen año para el voleibol porque había muchísima competencia. El cuadrangular era Atenas, Calasanz, Zepol y la UCR. Realmente cualquiera podía ganar, entonces atrajo muchísima gente”, relata Salazar, elegida Jugadora del Año tras triunfar también en los Centroamericanos Juvenil y Mayor.

Cierre
Después de eso, Zepol no volvería a tener piedad de ningún equipo. Ganaron seis Campeonatos Nacionales consecutivos y la UCR, salvo asociaciones cortas con Santa Bárbara o San José, apenas volvió a dos finales nacionales en 1997 y 2010, ambas con derrota.
Con el tiempo, se empezó a exigir que las jugadoras deben ser estudiantes de la Universidad, y eso restó competitividad ante equipos con la capacidad de reforzarse con lo mejor del país. Sin embargo, que nadie olvide que la UCR, desde los inicios del voleibol en Costa Rica y más de 50 años después, es el equipo más veces campeón nacional femenino.
Punto de Partida agradece a Luis Castro, Ana Cristina Ulloa, Harlet Channer, Tatiana Salazar, Jorge "Nancho" Fernández, Mauricio Prado, Sylvia Montero, Ana Oconitrillo, Gerardo "Chino" Solano, Leticia Pérez, Nancy Portocarrero, Guiselle Fernández, Hannia Campos y Gerardo Esquivel por sus aportes.
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